narrativa y ensayos nº 1
Embogotada
Paso las horas buscando palabras, ideas que no habiten lo imaginario; voy surcando este país de una realidad trastocada.
La poblada presencia de sus grandes ídolos con pies de barro; ellos son sus cuerpos fértiles, ante la etérea revelación de un sistema inexistente en su incontrolable consecuencia.
La naturaleza de esta ciudad, elevada al tacto del cielo en las nubes próximas; con su corteza errática y enclaustrada en la ilusión, del emblema nacional.
Bogota sin mascaras, sin mentiras.
Me es casi imposible, pero aun puedo ver la sangre urbana que retoña en su miseria.
La misma que circula en los hornos lujosos de una reelección política; que camina en las aceras del lavado narcótico y en su belleza onírica, de lo ordinario; de lo sucio, la inercia violenta.
Al perder lo que un día fue ancestral; con la mirada abandonada y la mano larga, extendida en su anhelo de monedas, pasiones y alimentos se queda.
Muchas ciudades en una, variadas concentraciones de gasolina y papel, tela y deseo; ojos rápidos, la pantalla extendida de un nuevo día que anima lo aburrido de siempre.
La lluvia destiñendo las murallas grises, intentando volver a renacer de las semillas naturales, de los árboles que estrangulan la circulación del tráfico y la desconfianza.
Pero esta especie de nave extraña, va cambiando constantemente con la luz solar; su cuerpo en vela nunca esta tranquila, duerme con un ojo abierto.
Va esperando la ingrata seguridad social, la económica necesidad y el mamífero corretear de los inquietos, artistas del rebusque y la formalidad coronada en su vacío.
La materia humana se entreteje, conformando un avispero agitado de sueños, memorias y esperanzas; rostros cíclicos que van transitando en su inquietante y maquiavélica cordura.
La costumbre y sus manías, la “rolés” misma; salpicada de influencias regionales y extranjeras.
Esto no es como una postal perfecta, no es como un gran estado o una estafa común; es la eternidad del presente, la burbuja de un calor húmedo, la misión del cortejo ilustrado.
Cajas de ladrillo enrojecido y oxigenado, líneas quebradas del pavimento aullante al desconsuelo de los dientes del caucho; con sus moles de esqueleto corporativo.
Y una maestría del sentido tácito y tradicional, que me acapara la atención cuando aprieto en mis dedos, la esponjosa cremación de la calle, agotada por el comercio alimenticio.
Una masa amarilla y agradable, que se deshace en mi boca mientras camino hacia el lugar domado.
Nunca sabremos si es correcto el instante, la intención o el efecto que camina enjuto al horario.
Nosotros, los que se levantan y acuestan, se retuercen y aferran a las manillas, los abrigos y las bolsas; funcionarios de una vida.
Pisando la calle en donde un saco de huesos, yace acostado en las posiciones más extrañas que habremos visto hasta ahora; haciendo el amor a la muerte.
Todo cambia de un barrio al otro; de una calle a la próxima, no sabemos que podemos encontrarnos; como aquellos carros negros, anestesiados por la sensación del poder.
Su sexualidad compungida y desenfrenada, agotada en la conversación de lo mismo de siempre; añorando una sorpresa extraña; libre de intoxicación regulada.
Mente ingrávida, eclesiástica y mágica; misterios de la mugre y la sofisticación, inevitable el pantalón negro y la camisa blanca.
Saco leva y sombrero antiguo; moda impuesta de las tribus urbanas ya sin sentido, niños con bomba y sobrillas de diente de león, que se los llevan volando hacia el sol.
En la noche intensa, los vientos que se llevan ese humo agotador, nos van sanando; recuerdan nuestra presencia momentánea en esta vida, la silenciosa oración de un cariño encandilado.
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