caminando el gran santiago...
las ciudades comunican su intención de dejarnos en el asfalto, viven cruzando nuestros pasos, rudas miradas y alegres consecuencias, sus esquinas nos desdoblan en lo efímero, pasar por la misma puerta, transito de las calles de siempre, piernas dulces, brazos fuertes, cansancios y desgastes, zapatos lamiendo y arrastres de sueños, infiernos y alegrías, siempre encuentro una ruta nueva, no es fácil pero hay que buscar y cuando caminan recuerdan sin sentir que van por donde siempre han de venir...
tantas semillas que han brotado en las grietas de los muros, los encuentros de infinita insistencia, recuerdos enterrados en la muralla de nuestra memoria que olvida, muchas luces y plantas que equilibran lo amargo del sustrato endurecido, de colores tiznados, de la vía y el río envuelto en remanentes de todos nuestros hogares, desechos por todos lados, trabajo y limpieza, remoción de escombros y acción de arte encabritadas, santiago es mucho y todo plano, pocas lomas, guiando al cerro y hacia la cordillera y en el centro, su gris textura de adoquines y arboles rebeldes, de las plazas y el cajón del caminante, un solo objetivo en la linea de la calle, adelante o atrás, porque a los lados los comercios, las escuelas, los edificios, cines y las vidas enclaustradas en ellas, entrando en partes habitadas por los otros, haciéndonos a veces parte de ese espacio, compartir a momentos cuando la confianza lo permite...
pisando la suciedad del escupo y la luna en el charco, el vomito y la fragancia del perfume, las calenturas de verano y los tiritones de invierno, la plaza y su trueno, a veces pensando en la presencia que no esta y el anhelo de encontrarse algo que sea de verdad...
recuerdo que siempre estas retrasada en la ciudad, cuando llegamos al pueblo bajo el pueblo, al centro del centro que se expande, a las estaciones del metro y su ruido blanco, y arriba las calles que bostezan sonidos de inercia automotriz, avanza en la montonera y el silencio de la madrugada que te deja frío de soledad, viendo aquellas las bellas que se cruzan, dándonos un momento de esperanza y claridad, conviviendo con los demonios y las tristezas y odios que cargan, renaciendo en una sonrisa y la vejez que enseña y aterra, que sabe por vivir mas...
camina en la ciudad de santiago de Chile, convive la pisada en la tierra aprisionada, segmentada en sus parcelas de jardín, de cerámica y cuadrados, diseños regados por los cientos de ojos, montones de disturbios y elegancias, de pútridas candilejas y la neutra indiferencia, lo que es simple y no pretende también, la alegría de los libres, los lamentos de los torturados...
vemos casas que son propiedades del momento, nuestras jaulas decoradas, los zócalos, las ventanas de ácido y orín, los dinteles y el umbral de madera, de cemento y ladrillo, el acero y el vidrio trágico, la comilona de los restaurantes y las bataolas de los carritos callejeros, de pizza, empanada, completo y hamburguesa de soya, miles de animales de cuatro y dos patas y moscas muchas moscas del calor, las ferias libres y los vestidos claros, livianos, de todas esas mujeres divinas que nos desgarran la piel llena de ganas de amores...
risas, triciclos de brisas, mentiras y placeres escondidos en las caras que nos miran, denuncian o renuncian a comunicar, las vueltas y los dientes caídos, la sangre audaz, el miedo y el odio, el amor mas poderoso, los que van durmiendo y los que se despiertan a gritos, empujones y palmadas, la lujuria que se viste de humildad y el silencio del que triunfa en su maldad, moda y gente, chilenos que están, los nuevos y los viejos, los negros, blancos, rojos y amarillos, inmigrantes y turistas que se integran con sus voces, costumbres, en esta la curiosa y polvorienta inmensidad, del permitir pasar, del dar el asiento o negarse a ayudar, conviven con la ruptura de la ruina y la construcción constante de un siempre rápido avanzar y a veces quedar, en lo mismo de siempre o en la fortuna y el pasar, de los nervios de las maquinas y las manos, de las bicicletas...
santiago con sus cerros que son como los perfectos senos de las chilenas lindas que aun no dan de mamar, cuando crezcan y se llenen de semillas y sus panzas se llenen de esa energía en la ciudad, y hagan mas personas que alimenten la ciudad, llenándola de niños a esta la ciudad, lugar que nos encuentra y hace amar y luchar, cuando ellas crezcan como madres fuertes, como mujeres chilenas dominantes e implacables, de historias y de potencia inyectada en el sudor, de la lengua que las limpia y adora, en la sal y el prisma, en la mirada y la confucion de aquella extraña libertad...
todos vamos buscando la dirección o paseando en conmoción, hombres pecaminosos y algunos piadosos, otros sin ninguna novedad, todos tranquilos o arrebatados y en ningún lugar paseando, apurando, pero siempre al tiempo de esta gran ciudad, a veces como en calma quietos, sentados dandose el tiempo de estar...
entrecruzados vamos por las arterias, dirigiéndonos o perdiendo la dirección, derivando en la búsqueda, aburridos o ansiosos de encontrarnos o alejarnos de alguien siempre, yendo y viniendo en la rutina absorbente, corriendo, caminando como piernas que van como tijeras incansables, en los rieles invisibles de nuestro camino, vamos vivos y los brazos que nos cuelgan, la boca y la nariz en juegos de expresión y los dedos, hurgando en los sobacos, en las orejas, los dedos rascando y tocando las superficies y pliegues de uno y otros, pagando y dando gracias, pidiendo permisos o imponiendo presencias, recibiendo y entrando en el cuerpo...
de la urbe civil, cuanto se apuran los condenados a recorrer sus venas, de sangre y dinero, de humo y toz, cuanto se desvelan en la purga de los sueños y la eternidad vencida en un mismo lugar, cuanto se impone y aprisiona la marcha, la lúgubre libertad herida del que es un vehículo humano...
colores de murales, ropas y rejas, faroles amarillos, buscando mercados y olores de un zoológico humano en la ciudad...
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