La carne del fuego eterno...


Y finalmente, la resolución de aquello que vuelve a ser la evidencia, la muchedumbre se abalanza a nuestros cuerpos, con ansias, nosotros somos, no hacemos ni nacemos; nos postergamos siempre a un otro, hasta que las murallas del templo se derrumban y desnudan todos los huesos, promontorios humeantes que se ordenan en un reflejo desinteresado del espejo negro; la marea oscura eleva la decisión de abrazar el vacío, el silencio escrito; la profundidad iridiscente de lo que yace inmenso, hundido bajo este mar de lamentos, genios gemidos, destellos; la nausea imperante, el desquicio, las miradas aburridas, siempre a la espera; la espera y la perdida del raciocinio, la perdida y el gozo catastrófico al placer; el desfogue orgasmo y la muerte voraz, dolor, la contorsión del descanso extraño, todas suyas, las promesas estériles, las mentiras, los niños bailando en la ronda estable, las risas y el casamiento, el deseo de una pareja perfecta; la sonrisa que se les borra de la cara a medida que pasa el tiempo, cuando han unido sus cuerpos mas no las almas, luego la necesidad de inquietarse, traicionando el alimento en la distancia, y de nuevo el olvido, las putas reinas que caen desfloradas ante mis pies y entonces, el yo soy replicante, nuestros, los retoños, la sangre en el archivo rondando en las tinieblas, la mía vela enhiesta, tu espalda y los contornos, viaja la dama blanca y todos sus pecados ensangrentados; desnuda en las piernas chorreadas, mi falo bien cargado en la potencia...

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