el jardin del amado parte 3 escrito por way robert e
Capítulo X
La Belleza.
Díjole el Discípulo al Amante:
-Señor, antes de abandonar el mundo oí a unos hombres tenidos en alta estima y que creían
conocer la voluntad del Amado, que decían que aquellos que amaban la Belleza no amaban al Amado
sino a ídolos; no obstante aquí, en el Jardín del Amado, estamos siempre luchando por crear Belleza
para placer del Amado. ¿ Decían aquellos hombres la verdad?
Contestó el Amante:
-Los que así dijeron nunca vieron ni de cerca al Amado ni siquiera le buscaron de verdad, porque
toda belleza no es más que el reflejo de la belleza del Amado, aunque vista tenuemente y como en un
espejo oscuro y fallado y de la misma manera como todo bien es sólo un tímido reflejo de la bondad del
Amado. Y así ocurre que quienes aman la belleza y la bondad reconocen oscuramente en ellas la forma
del Amado y, a pesar de su ignorancia, quienes buscan la Belleza y el Bien buscan también al Amado.
Capítulo XI
Las Polillas
Una noche, estando el Amante y el Discípulo sentados a la luz de una vela, vino una polilla y
púsose a revolotear en torno a la llama pareciendo como si en ella quisiera calentarse. Viendo esto dijo
el Discípulo:
-Señor, esa polilla es en verdad como un Amante que gusta de calentarse junto al amor del
Amado.
-No, hijo mío- dijo el Amante-. Ella es como un indigno buscador que, viendo el amor del Amado,
no se le aproxima por temor de perder cuanto posee al calor de Su amor.
Se alejó la polilla volando y, al poco tiempo, acercóse otra y tan próxima estuvo de la llama que
sus alas se chamuscaron y perdieron sus bellos colores, con lo que también ésta se alejó volando hacia
la oscuridad.
Entonces dijo el Discípulo:
-Señor, esta polilla si¡ que es como un verdadero Amante del Amado porque, como has visto,
ella ha dejado que se chamuscaran sus alas y ha perdido todos sus bellos colores por causa del gran
amor que la atraía a la llama.
-No hay tal -dijo el Amante-. Esa polilla es como un Amante timorato que, a pesar de haber
gustado las delicias del Amado, huye de la llama y abandona al Amado cuando siente los primeros
ardores del amor.
Se acercó por último otra polilla y ésta, tan pronto vio la vela, no se entretuvo como las otras en
revolotear en su torno sino que voló recto hacia ella y lanzándose de lleno inmolóse de manera que se
hizo una con la llama.
-Ved -dijo el Amante-, así es el verdadero Amante del Amado que, sin pensar en nada más, se
arroja por entero en el amor abrasante del Amado.
Capítulo XII
El Caballo Sobrecargado.
Pasó un día junto al Jardín un hombre y un caballo de carga que se veía flaco y débil y hambriento
y su lomo hallábase desollado por los arreos y llevaba una carga de tal manera pesada que, a pesar
de los continuos golpes que su dueño le atizaba con un palo, apenas podía avanzar con extrema
lentitud. Cuando el Amante vio esto, salió fuera del Jardín y díjole al hombre:
-Hermano ¿por qué le pegas a tu pobre caballo? ¿No ves que es por causa de su debilidad y por
lo pesado de la carga que no puede acelerar el paso?
El hombre replicó:
-Forastero, no tengas compasión de este caballo, porque es una mala bestia. Tiempo atrás yo
cuidaba muy bien de él, le daba cuanto trigo era capaz de comer, le hacía trabajar sólo con cargas
livianas, lo lavaba y cepillaba cada día y le dejaba descansar en cuanto mostraba la menor rasmilladura,
así y todo se hizo indómito e imposible de conducir y cuando le ponía encima alguna carga dábale por
destrozar los arreos y por atacarme cuando le montaba, despidiéndome lejos de su lomo y golpeándome
con sus cascos. Sí veía alguna yegua no había hombre que pudiera con él y, soltándose, hacía
cuanto daño podía. Así es que me juré que yo domaría su bravura y sus caprichos con poco trigo,
mucha carga y mas golpes, pero ahora que lo he domado se ha puesto taciturno y no hay golpe que le
saque de su lento paso, de tal manera que me estoy temiendo que llegaré tarde al mercado y perderé
todo el esfuerzo que he puesto en este viaje.
Entonces dijo el Amante:
-Amigo, en este caso no has actuado con sabiduría, porque no es de extrañar que tu caballo se
haya sublevado cuando le dabas todo el trigo que quería y le permitías perder el tiempo ociosamente,
pues así mal cuidaste su carne y ahora eres tú el que más ha perdido, ya que por hambriento y descuidado,
tu caballo se ha hecho demasiado débil para llevar la pesada carga que le has impuesto. Sigue mi
consejo, deja conmigo la mitad de tu carga y ve con la otra mitad al mercado, de manera que no llegues
demasiado tarde y pierdas todo tu trabajo.
El hombre hizo lo que el Amante le había aconsejado; el caballo, al sentir su carga tan notablemente
aligerada, emprendió a buen paso el camino del mercado y el hombre pudo llegar puntualmente
para vender sus mercancías a buen precio. Volvió luego al Jardín para recoger las cosas que había
dejado con el Amante y le dijo:
-Muchas gracias por tu buen consejo, porque si hubiera llevado la carga completa no habría
llegado a tiempo al mercado y habría perdido todo el fruto de mis esfuerzos.
Le contestó el Amante:
-Permite que te dé aún otro consejo: lleva a casa tu caballo y aliméntale bien, no con avena de
la mejor calidad sino con pienso normal y buen pasto; cura sus heridas y ponlo a trabajar cada día, no
con labores excesivas sino con tareas apropiadas a su fuerza, pero no le permitas holgazanear. No
sigas golpeándole como lo has hecho hasta ahora, porque si le castigas cuando se conduce bien no
tendrás remedio para cuando lo haga mal.
El mercader prometió que haría como se lo aconsejaba el Amante. Marchó a su casa v mantuvo
su promesa. Tiempo después, el Amante y el Discípulo vieron al hombre y a su caballo que pasaban
junto al Jardín una y otra vez. El caballo había engordado y se veía en buenas condiciones, pero como
comía sólo lo suficiente y no se le permitía holgazanear, no hacía ningún intento por escapar. Pronto le
vieron recuperar sus fuerzas y ser capaz de llevar cargas mucho mayores que las que podía soportar
antes cuando primero pasara por el Jardín, pero ahora no le parecían excesivas y marchaba a buen
paso hacia el mercado.
Le dijo el Amante al Discípulo:
-¿Ves en todo esto alguna parábola? El Discípulo contesto:
-No, Señor, te suplico que me lo expliques.
-El caballo -dijo el Amante- es como nuestro cuerpo que lleva cargas de deberes y buenas obras
porque el alma es su amo; pero si el cuerpo se emplea en placeres sensuales y holgazanerías, llega a
ser caprichoso e ingobernable. Por ello, muchos que desearían servir al Amado cometen el error opuesto
y castigan y debilitan sus cuerpos logrando, claro, someterlo, pero al mismo tiempo lo incapacitan
para servir a sus amos y soportar grandes cargas de buenas obras para el Amado, pues ya has visto
que es vano trabajo cargar a un caballo más allá de sus fuerzas. Da por lo tanto al caballo -tu cuerpo- lo
que necesite para su manutención, pero no le mimes en demasía; oblígale a trabajar, pero no lo fatigues
más de lo necesario, recuerda que él también es un servidor del Amado.
Capítulo XIII
El Ministro Orgulloso.
Un día vino al Jardín un hombre con sus vestiduras destrozadas, cubierto de contusiones y
heridas, quien dijo al Amante:
-En el nombre del Amado, ayúdame.
El Amante y el Discípulo le hicieron entrar, curaron sus heridas y cocinaron las mejores verduras
del Jardín para alimentarle. Una vez curadas sus heridas y que hubo comido y descansado, le preguntó
el Amante que le había ocurrido para llegar a semejante estado, a lo que el hombre replicó:
-Yo era Ministro del Amado en una ciudad cercana a este lugar; predicaba Su evangelio y explicaba
Su doctrina a las gentes. Les hacía ver cómo sus pecados les habían hecho odiosos al Amado y
cómo, por lo tanto, habíanse situado fuera del alcance de Su amor y Él les condenaría a los tormentos
eternos, con lo que algunos desesperaron y lloraron amargamente y otros muchos pusiéronse muy
indignados. Un día me llamaron los magistrados para que compareciera ante ellos y me rogaron que
abandonara la ciudad y que me fuera a predicar a otra parte, pues dijeron que yo había enojado tanto a
unos y desesperado tanto a otros, que temían que pudiese surgir una revuelta de la que ellos no
podrían protegerme. Yo, sin embargo, lleno del celo del Amado y creyendo que los magistrados sólo
intentaban ocultar sus propios pecados, prediqué aún con más vehemencia, denuncié a los magistrados
y dejé bien en claro que toda esa malvada ciudad estaba condenada al castigo eterno por la justa
voluntad del Amado. Acto seguido, un populacho, aguijoneado sin duda por los corruptos y venales
magistrados, se abalanzó sobre mí con estacas y piedras, casi terminaron conmigo y luego me expulsaron
de la ciudad en el estado en qué ahora me encuentro.
-Amigo -dijo el Amante-, no está bien lo que hiciste, porque además de negar la inefable compasión
del Amado, con tu obstinación fuiste causa de que esa gente cometiera un grave pecado, y no
puede agradar al Amado el hecho de que por ti, que profesas ser su Ministro, esa gente haya quedado
peor de lo que estaba antes de conocerte. Con seguridad recordarás lo que Él mismo dijo: “Si te persiguen
en una ciudad, vete a otra”.
Entonces el hombre se enfadó mucho e insultando al Amante, dijo:
-Veo que ha sido falso cuanto me habían dicho de ti y no creo para nada que seas un servidor
del Amado. Cuando vine a ti, malherido por causa del Amado, sólo me diste yerbas y fruta a pesar de
que el Jardín está repleto de aves que podrías haber matado para prepararme una comida digna.
Proclamaré a todos los vientos que no eres un verdadero servidor del Amado sino un farsante que no se
atreve a sufrir por el Amado. Puedes estar seguro de que estás destinado a los tormentos eternos de
quienes nada sufren en esta vida.
De tal manera estaba cegado aquel hombre por su propio orgullo que no pudo percibir las cicatrices
en las manos, en los pies y en la frente del Amante, ni cómo estaba teñida de rojo su túnica debajo
de los brazos. Así es que salió del Jardín profiriendo gritos e insultos.
El Amante, entristecido, dijo:
-Un hombre así hace mucho daño a la causa del Amado, porque al hablar falsamente sobre el
Amado puede inducir a muchos a temerle pero no a amarle, y al Amado sólo se puede llegar por el amor.
Capítulo XIV
La Muerte del Amante
Por muchos, muchos años trabajó el Discípulo en el Jardín del Amado y aprendió del Amante la
sabiduría del Amor. Aunque aún no había visto al Amado ni oído Su voz, cada vez que el Amado visitaba
el Jardín el Discípulo percibía Su luz maravillosa y reconocía la inefable alegría de Su presencia.
Pero el Amante se había hecho viejo y sus ojos se habían debilitado de tanto mirar el esplendor
del Amado, y su cuerpo se había casi consumido en el luego de Su amor; no obstante, y por la alegría
que le causaba el servicio del Amado, aún hacía todo el trabajo que podía en el Jardín, pero en la
medida en que disminuían sus fuerzas, caía más y más trabajo sobre los hombros del Discípulo que se
habían hecho tan resistentes a las más pesadas labores y cuya dureza había aumentado de tal manera,
que ya era capaz de realizar todas las tareas extrayendo de ello gran alegría al así servir al Amado.
Un día llamó el Amante al Discípulo y le dijo:
-Alégrate conmigo, hijo mío, porque hoy marcharé donde el Amado.
El Discípulo se entristeció cuando supo que el Amante le dejaría, sin embargo se alegró también
al ver la dicha del Amante al marcharse donde el Amado.
Entonces dijo el Amante:
-Cuida bien del Jardín por causa del Amado, pero ya sé que así lo harás, y alégrate con los
trabajos y tormentos con que el Amado te probará, porque creo que tu hora se acerca.
Dicho lo cual, el Amante se tendió para descansar y en sus labios había una sonrisa de paz que
sobrepasaba el humano entendimiento. Y así marchó donde el Amado cuyo fiel Amante había sido.
El Discípulo lloró por el amor que le tenía al Amante. Pero pronto se avergonzó de esas lágrimas
egoístas que había derramado ante la dicha del Amante y, cogiendo su cuerpo, y a pesar de que no era
éste más que un caparazón vacío, lo enterró en la más bella parte del Jardín y, en adelante, cuidó del
jardín con más dedicación aún que antes, tanto por el amor que sentía por el Amante como por el amor
que sentía por el Amado. Las palabras del Amante le hacían guardar esperanzas de que él también iría
pronto donde el Amado, pero en esto estaba muy equivocado.
Capítulo XV
La Pasión del Discípulo.
Poco tiempo después de la muerte del Amante, estando el Discípulo atareado en desmalezar el
Jardín del Amado, oyó golpes en la puerta y encontró a un hombre vestido de seda y acompañado por
siete jóvenes pero no tan ricamente vestidos como aquél. El hombre llevaba en su mano un edicto
sellado al parecer, con el sello del Amado, por el cual se autorizaba a su portador para hacerse cargo del
Jardín del Amado y a elegir a los asistentes que mejor le parecieran. El Discípulo examinó cuidadosamente
el edicto y el sello del Amado y ambos le parecieron estar en orden; tampoco le pareció extraño
ni enojoso que el Amado hubiese designado a otro en lugar de él para que se hiciera cargo del Jardín,
ya que él no tenía suficiente virtud para oír al Amado ni para ver Su rostro, y aun cuando en verdad le
pareció raro que un jardinero vistiera túnica de seda, sabía por experiencia que no se debe juzgar por
las apariencias y prefirió, humildemente, darle la bienvenida al desconocido y preguntarle después
quiénes eran los siete jóvenes que le acompañaban. El hombre replicó:
-Son mis nuevos asistentes en el Jardín.
Se asombró el Discípulo de que el nuevo jardinero necesitara de tantos para asistirle en el Jardín
que, por tanto tiempo, sólo él y el Amante habían atendido, pero como aquel hombre era ahora su
maestro, no lo interrogó acerca de su decisión sino que le enseñó el Jardín y todas sus hermosas flores
y las yerbas benéficas y las mariposas y los pájaros de brillantes colores y el ruiseñor cuyas notas
otorgaban tal dulzura a la melodía del Jardín, y la cueva de los murciélagos y todas las demás cosas que
había en el Jardín, y le habló de todo cuanto había aprendido acerca del trabajo del Jardín para mayor
alegría del Amado. Pero el nuevo jardinero permaneció en silencio durante todo este tiempo y, por
último, cuando hubieron visto todo y vuelto al centro del Jardín, dijo:
-Veo que eres un jardinero ineficiente y que has derrochado los recursos del Jardín.
El Discípulo se sintió muy avergonzado al escuchar que había sido tan mal servidor del Amado.
Pero el jardinero continuó y esta vez dirigiéndose a sus asistentes:
-Las plantas que crecen en el Jardín carecen de valor. Las arrancaré y plantaré amapolas y
cáñamo, tabaco y mandrágoras, para todo lo cual hay abundante mercado y buenas ganancias, y
destruiré las mariposas cuyos gusanos dañan las plantas. Las brillantes plumas de los pájaros son
valiosas y negociables, pero coged a ese inútil pájaro marrón y retorcedle el cuello; no alimentaré a
ninguna boca inútil. Encended un fuego para que el humo espante a esos repugnantes murciélagos y
limpiad sus cuevas, porque instalaré en su interior bellas mujeres que arrojen ganancias y den a los
hombres agrado y placer.
Al oír esto dijo el Discípulo al hombre:
-Señor, ¿qué esto que has dicho que harás? Porque las criaturas que quieres destruir son servidores
muy queridos del Amado, y las flores y yerbas benéficas son de todo su agrado.
El rostro del hombre volvióse como el de un demonio y, riendo burlonamente, replico:
-¿Y a mí qué me importa el Amado, Sus servidores o Sus preferencias? Astutamente te he
engañado. El edicto y el sello fueron hábilmente falsificados para permitirme entrar en el Jardín y usarlo
en mi provecho. Los servidores del Amado son estúpidos y obtienen escasas retribuciones por sus
trabajos; sin embargo, la tierra del Jardín es rica y se puede extraer de ella mucho dinero.
Entonces contestó el Discípulo:
-Tú, Engañador, mientras me halle con vida no permitiré que profanes el Jardín del Amado.
El Engañador volvió a reír con crueldad y dijo:
-No me importa si vives o no, pero sigue mi consejo v únete a nosotros en este negocio; como
eres fuerte y hábil te nombraré mí segundo y verás lo conveniente que te resulta.
-No -dijo el Discípulo-, jamás traicionaré al Amado por procurarme una ganancia.
Con lo que el Engañador, perdiendo su paciencia, se llenó de ira y dijo a sus seguidores:
-Id y buscad en el Jardín algo con lo que pueda yo reducir a este estúpido y obstinado jovenzuelo
que así se ha atrevido a burlarse de los cargos y recompensas que le he ofrecido.
Marcharon en seguida sus seguidores v uno de ellos, al abrir la puerta del Jardín interior, vio la
cruz v los clavos v la lanza y la corona de espinas y vuelto donde el Engañador le dijo:
-Ven a ver, he hallado los instrumentos capaces de proporcionar a este bellaco una muerte digna
de él.
Acto seguido se echaron brutalmente sobre el Discípulo y le golpearon sin piedad, salvo el más
joven de los seguidores del Engañador, quien se abstuvo hasta que sus compañeros se burlaron de su
timidez y entonces él también se les unió a su violencia.
Arrastraron al Discípulo hasta el Jardín interior y quitándole su túnica se burlaban de su desnudez,
pero el Discípulo no sintió la menor vergüenza pues no le pareció afrentoso soportar estas injurias
por causa del Amado.
Y el Engañador volvió a dirigirse al Discípulo con estas palabras:
-Cambia de parecer ahora que has visto el destino que te espera. Soy hombre compasivo y
quiero dejar abierto mí ofrecimiento si consientes en acatar mi autoridad. Muy generoso soy al decirte
esto pues perfectamente puedo llevar a cabo mis designios con o sin tu ayuda.
-No -dijo el Discípulo-, jamás traicionaré al Amado.
Entonces el Engañador soltó su más cruel risotada y replicó:
-Ya le traicionaste al hacerme entrega de Su Jardín.
-Y cogiendo la corona de espinas agregó-:
He aquí una digna corona para tan buen servidor - y así diciendo encajóle la corona en la
cabeza, no con suavidad, como lo había hecho antaño el Amante, sino con tal fuerza que le pareció al
Discípulo que las espinas se le clavaban en su cerebro, y la agonía que entonces cayó sobre él sobrepasa
las posibilidades de mi pluma para describirla. No obstante, las pequeñas heridas v rasguños
recibidas en su trabajo en el Jardín le habían proporcionado tal resistencia al dolor, que no se desmayó
como le ocurriera la otra vez en que su agonía, comparada con ésta, no había sido nada. Todo lo
soportó con paciencia. Le alzaron y le clavaron a la cruz, y los clavos ardieron en sus manos y pies como
si fueran de luego. Luego le clavaron la lanza en el costado y creo que nunca hubo en el mundo una
agonía peor que ésta.
Sin embargo, la agonía de su cuerpo, con ser la peor que un hombre haya podido soportar, era
suave comparada con la de su alma, pues dióse cuenta de que su sacrificio era del todo inútil y que, por
su descuido, había rendido al Engañador el Jardín del Amado, confirmándose como un indigno servidor
y, peor aun, como un traidor al Señor. Al mismo tiempo había entregado a la muerte en manos del
Engañador a todos los demás servidores del Jardín y compañeros suyos, ya que sabía que el Engañador
arrancaría las flores y las yerbas benéficas y plantaría en su lugar malignas drogas para perdición
de los hombres. Le pareció ver ante sus ojos al ruiseñor con su cuello roto y a las mariposas con sus
alas arrancadas y a todos sus compañeros del Jardín destruidos por su culpa, y ello hizo que los tormentos
de su cuerpo se le antojasen menores que los que merecerían sus pecados. Tinieblas del cuerpo y
del alma se cernieron entonces sobre él mientras llegaban a sus oídos los sarcasmos de sus verdugos.
Entonces, de pronto, vio al Amado.
Maravillado, olvidó su agonía v miró con tal adoración al Amado que su dolor llegó a ser para él
alegría. Cuánto tiempo estuvo así arrobado no lo sé, pero por último la visión se extinguió.
Una melodía de inexpresable dulzura continuó sonando en sus oídos, abrió los ojos y vio a los
pájaros del Jardín que cantaban a su alrededor y, en medio de ellos, el ruiseñor; ascendió hasta él el
perfume de las flores y las vio pobladas de mariposas. El Engañador y sus seguidores habían huido del
Jardín perseguidos por el horror de su propio crimen, salvo el más joven de ellos quien, arrodillado al pie
de la cruz, parecía extraer fuerzas de la contemplación del rostro del Discípulo. Habíase sacado sus
vestiduras de seda y puesto la túnica del Discípulo, rasgada y manchada por la violencia que su dueño
había recibido. Entonces con mucho cuidado, arrancó el joven uno a uno los clavos de los pies y de las
manos del Discípulo y lo recostó sobre la suave yerba, le trajo agua para que bebiera y le curó las
heridas. Arrodillado junto a él, le dijo:
-Señor, te lo ruego, enséñame este maravilloso amor del Amado.
Y se alegró mucho el Discípulo porque en ese momento oyó la voz del Amado que le decía:
-Fiel Amante haz también esto por amor a Mi.
Pero tan débil se hallaba que sólo pudo susurrar:
-Hijo mío...
La Belleza.
Díjole el Discípulo al Amante:
-Señor, antes de abandonar el mundo oí a unos hombres tenidos en alta estima y que creían
conocer la voluntad del Amado, que decían que aquellos que amaban la Belleza no amaban al Amado
sino a ídolos; no obstante aquí, en el Jardín del Amado, estamos siempre luchando por crear Belleza
para placer del Amado. ¿ Decían aquellos hombres la verdad?
Contestó el Amante:
-Los que así dijeron nunca vieron ni de cerca al Amado ni siquiera le buscaron de verdad, porque
toda belleza no es más que el reflejo de la belleza del Amado, aunque vista tenuemente y como en un
espejo oscuro y fallado y de la misma manera como todo bien es sólo un tímido reflejo de la bondad del
Amado. Y así ocurre que quienes aman la belleza y la bondad reconocen oscuramente en ellas la forma
del Amado y, a pesar de su ignorancia, quienes buscan la Belleza y el Bien buscan también al Amado.
Capítulo XI
Las Polillas
Una noche, estando el Amante y el Discípulo sentados a la luz de una vela, vino una polilla y
púsose a revolotear en torno a la llama pareciendo como si en ella quisiera calentarse. Viendo esto dijo
el Discípulo:
-Señor, esa polilla es en verdad como un Amante que gusta de calentarse junto al amor del
Amado.
-No, hijo mío- dijo el Amante-. Ella es como un indigno buscador que, viendo el amor del Amado,
no se le aproxima por temor de perder cuanto posee al calor de Su amor.
Se alejó la polilla volando y, al poco tiempo, acercóse otra y tan próxima estuvo de la llama que
sus alas se chamuscaron y perdieron sus bellos colores, con lo que también ésta se alejó volando hacia
la oscuridad.
Entonces dijo el Discípulo:
-Señor, esta polilla si¡ que es como un verdadero Amante del Amado porque, como has visto,
ella ha dejado que se chamuscaran sus alas y ha perdido todos sus bellos colores por causa del gran
amor que la atraía a la llama.
-No hay tal -dijo el Amante-. Esa polilla es como un Amante timorato que, a pesar de haber
gustado las delicias del Amado, huye de la llama y abandona al Amado cuando siente los primeros
ardores del amor.
Se acercó por último otra polilla y ésta, tan pronto vio la vela, no se entretuvo como las otras en
revolotear en su torno sino que voló recto hacia ella y lanzándose de lleno inmolóse de manera que se
hizo una con la llama.
-Ved -dijo el Amante-, así es el verdadero Amante del Amado que, sin pensar en nada más, se
arroja por entero en el amor abrasante del Amado.
Capítulo XII
El Caballo Sobrecargado.
Pasó un día junto al Jardín un hombre y un caballo de carga que se veía flaco y débil y hambriento
y su lomo hallábase desollado por los arreos y llevaba una carga de tal manera pesada que, a pesar
de los continuos golpes que su dueño le atizaba con un palo, apenas podía avanzar con extrema
lentitud. Cuando el Amante vio esto, salió fuera del Jardín y díjole al hombre:
-Hermano ¿por qué le pegas a tu pobre caballo? ¿No ves que es por causa de su debilidad y por
lo pesado de la carga que no puede acelerar el paso?
El hombre replicó:
-Forastero, no tengas compasión de este caballo, porque es una mala bestia. Tiempo atrás yo
cuidaba muy bien de él, le daba cuanto trigo era capaz de comer, le hacía trabajar sólo con cargas
livianas, lo lavaba y cepillaba cada día y le dejaba descansar en cuanto mostraba la menor rasmilladura,
así y todo se hizo indómito e imposible de conducir y cuando le ponía encima alguna carga dábale por
destrozar los arreos y por atacarme cuando le montaba, despidiéndome lejos de su lomo y golpeándome
con sus cascos. Sí veía alguna yegua no había hombre que pudiera con él y, soltándose, hacía
cuanto daño podía. Así es que me juré que yo domaría su bravura y sus caprichos con poco trigo,
mucha carga y mas golpes, pero ahora que lo he domado se ha puesto taciturno y no hay golpe que le
saque de su lento paso, de tal manera que me estoy temiendo que llegaré tarde al mercado y perderé
todo el esfuerzo que he puesto en este viaje.
Entonces dijo el Amante:
-Amigo, en este caso no has actuado con sabiduría, porque no es de extrañar que tu caballo se
haya sublevado cuando le dabas todo el trigo que quería y le permitías perder el tiempo ociosamente,
pues así mal cuidaste su carne y ahora eres tú el que más ha perdido, ya que por hambriento y descuidado,
tu caballo se ha hecho demasiado débil para llevar la pesada carga que le has impuesto. Sigue mi
consejo, deja conmigo la mitad de tu carga y ve con la otra mitad al mercado, de manera que no llegues
demasiado tarde y pierdas todo tu trabajo.
El hombre hizo lo que el Amante le había aconsejado; el caballo, al sentir su carga tan notablemente
aligerada, emprendió a buen paso el camino del mercado y el hombre pudo llegar puntualmente
para vender sus mercancías a buen precio. Volvió luego al Jardín para recoger las cosas que había
dejado con el Amante y le dijo:
-Muchas gracias por tu buen consejo, porque si hubiera llevado la carga completa no habría
llegado a tiempo al mercado y habría perdido todo el fruto de mis esfuerzos.
Le contestó el Amante:
-Permite que te dé aún otro consejo: lleva a casa tu caballo y aliméntale bien, no con avena de
la mejor calidad sino con pienso normal y buen pasto; cura sus heridas y ponlo a trabajar cada día, no
con labores excesivas sino con tareas apropiadas a su fuerza, pero no le permitas holgazanear. No
sigas golpeándole como lo has hecho hasta ahora, porque si le castigas cuando se conduce bien no
tendrás remedio para cuando lo haga mal.
El mercader prometió que haría como se lo aconsejaba el Amante. Marchó a su casa v mantuvo
su promesa. Tiempo después, el Amante y el Discípulo vieron al hombre y a su caballo que pasaban
junto al Jardín una y otra vez. El caballo había engordado y se veía en buenas condiciones, pero como
comía sólo lo suficiente y no se le permitía holgazanear, no hacía ningún intento por escapar. Pronto le
vieron recuperar sus fuerzas y ser capaz de llevar cargas mucho mayores que las que podía soportar
antes cuando primero pasara por el Jardín, pero ahora no le parecían excesivas y marchaba a buen
paso hacia el mercado.
Le dijo el Amante al Discípulo:
-¿Ves en todo esto alguna parábola? El Discípulo contesto:
-No, Señor, te suplico que me lo expliques.
-El caballo -dijo el Amante- es como nuestro cuerpo que lleva cargas de deberes y buenas obras
porque el alma es su amo; pero si el cuerpo se emplea en placeres sensuales y holgazanerías, llega a
ser caprichoso e ingobernable. Por ello, muchos que desearían servir al Amado cometen el error opuesto
y castigan y debilitan sus cuerpos logrando, claro, someterlo, pero al mismo tiempo lo incapacitan
para servir a sus amos y soportar grandes cargas de buenas obras para el Amado, pues ya has visto
que es vano trabajo cargar a un caballo más allá de sus fuerzas. Da por lo tanto al caballo -tu cuerpo- lo
que necesite para su manutención, pero no le mimes en demasía; oblígale a trabajar, pero no lo fatigues
más de lo necesario, recuerda que él también es un servidor del Amado.
Capítulo XIII
El Ministro Orgulloso.
Un día vino al Jardín un hombre con sus vestiduras destrozadas, cubierto de contusiones y
heridas, quien dijo al Amante:
-En el nombre del Amado, ayúdame.
El Amante y el Discípulo le hicieron entrar, curaron sus heridas y cocinaron las mejores verduras
del Jardín para alimentarle. Una vez curadas sus heridas y que hubo comido y descansado, le preguntó
el Amante que le había ocurrido para llegar a semejante estado, a lo que el hombre replicó:
-Yo era Ministro del Amado en una ciudad cercana a este lugar; predicaba Su evangelio y explicaba
Su doctrina a las gentes. Les hacía ver cómo sus pecados les habían hecho odiosos al Amado y
cómo, por lo tanto, habíanse situado fuera del alcance de Su amor y Él les condenaría a los tormentos
eternos, con lo que algunos desesperaron y lloraron amargamente y otros muchos pusiéronse muy
indignados. Un día me llamaron los magistrados para que compareciera ante ellos y me rogaron que
abandonara la ciudad y que me fuera a predicar a otra parte, pues dijeron que yo había enojado tanto a
unos y desesperado tanto a otros, que temían que pudiese surgir una revuelta de la que ellos no
podrían protegerme. Yo, sin embargo, lleno del celo del Amado y creyendo que los magistrados sólo
intentaban ocultar sus propios pecados, prediqué aún con más vehemencia, denuncié a los magistrados
y dejé bien en claro que toda esa malvada ciudad estaba condenada al castigo eterno por la justa
voluntad del Amado. Acto seguido, un populacho, aguijoneado sin duda por los corruptos y venales
magistrados, se abalanzó sobre mí con estacas y piedras, casi terminaron conmigo y luego me expulsaron
de la ciudad en el estado en qué ahora me encuentro.
-Amigo -dijo el Amante-, no está bien lo que hiciste, porque además de negar la inefable compasión
del Amado, con tu obstinación fuiste causa de que esa gente cometiera un grave pecado, y no
puede agradar al Amado el hecho de que por ti, que profesas ser su Ministro, esa gente haya quedado
peor de lo que estaba antes de conocerte. Con seguridad recordarás lo que Él mismo dijo: “Si te persiguen
en una ciudad, vete a otra”.
Entonces el hombre se enfadó mucho e insultando al Amante, dijo:
-Veo que ha sido falso cuanto me habían dicho de ti y no creo para nada que seas un servidor
del Amado. Cuando vine a ti, malherido por causa del Amado, sólo me diste yerbas y fruta a pesar de
que el Jardín está repleto de aves que podrías haber matado para prepararme una comida digna.
Proclamaré a todos los vientos que no eres un verdadero servidor del Amado sino un farsante que no se
atreve a sufrir por el Amado. Puedes estar seguro de que estás destinado a los tormentos eternos de
quienes nada sufren en esta vida.
De tal manera estaba cegado aquel hombre por su propio orgullo que no pudo percibir las cicatrices
en las manos, en los pies y en la frente del Amante, ni cómo estaba teñida de rojo su túnica debajo
de los brazos. Así es que salió del Jardín profiriendo gritos e insultos.
El Amante, entristecido, dijo:
-Un hombre así hace mucho daño a la causa del Amado, porque al hablar falsamente sobre el
Amado puede inducir a muchos a temerle pero no a amarle, y al Amado sólo se puede llegar por el amor.
Capítulo XIV
La Muerte del Amante
Por muchos, muchos años trabajó el Discípulo en el Jardín del Amado y aprendió del Amante la
sabiduría del Amor. Aunque aún no había visto al Amado ni oído Su voz, cada vez que el Amado visitaba
el Jardín el Discípulo percibía Su luz maravillosa y reconocía la inefable alegría de Su presencia.
Pero el Amante se había hecho viejo y sus ojos se habían debilitado de tanto mirar el esplendor
del Amado, y su cuerpo se había casi consumido en el luego de Su amor; no obstante, y por la alegría
que le causaba el servicio del Amado, aún hacía todo el trabajo que podía en el Jardín, pero en la
medida en que disminuían sus fuerzas, caía más y más trabajo sobre los hombros del Discípulo que se
habían hecho tan resistentes a las más pesadas labores y cuya dureza había aumentado de tal manera,
que ya era capaz de realizar todas las tareas extrayendo de ello gran alegría al así servir al Amado.
Un día llamó el Amante al Discípulo y le dijo:
-Alégrate conmigo, hijo mío, porque hoy marcharé donde el Amado.
El Discípulo se entristeció cuando supo que el Amante le dejaría, sin embargo se alegró también
al ver la dicha del Amante al marcharse donde el Amado.
Entonces dijo el Amante:
-Cuida bien del Jardín por causa del Amado, pero ya sé que así lo harás, y alégrate con los
trabajos y tormentos con que el Amado te probará, porque creo que tu hora se acerca.
Dicho lo cual, el Amante se tendió para descansar y en sus labios había una sonrisa de paz que
sobrepasaba el humano entendimiento. Y así marchó donde el Amado cuyo fiel Amante había sido.
El Discípulo lloró por el amor que le tenía al Amante. Pero pronto se avergonzó de esas lágrimas
egoístas que había derramado ante la dicha del Amante y, cogiendo su cuerpo, y a pesar de que no era
éste más que un caparazón vacío, lo enterró en la más bella parte del Jardín y, en adelante, cuidó del
jardín con más dedicación aún que antes, tanto por el amor que sentía por el Amante como por el amor
que sentía por el Amado. Las palabras del Amante le hacían guardar esperanzas de que él también iría
pronto donde el Amado, pero en esto estaba muy equivocado.
Capítulo XV
La Pasión del Discípulo.
Poco tiempo después de la muerte del Amante, estando el Discípulo atareado en desmalezar el
Jardín del Amado, oyó golpes en la puerta y encontró a un hombre vestido de seda y acompañado por
siete jóvenes pero no tan ricamente vestidos como aquél. El hombre llevaba en su mano un edicto
sellado al parecer, con el sello del Amado, por el cual se autorizaba a su portador para hacerse cargo del
Jardín del Amado y a elegir a los asistentes que mejor le parecieran. El Discípulo examinó cuidadosamente
el edicto y el sello del Amado y ambos le parecieron estar en orden; tampoco le pareció extraño
ni enojoso que el Amado hubiese designado a otro en lugar de él para que se hiciera cargo del Jardín,
ya que él no tenía suficiente virtud para oír al Amado ni para ver Su rostro, y aun cuando en verdad le
pareció raro que un jardinero vistiera túnica de seda, sabía por experiencia que no se debe juzgar por
las apariencias y prefirió, humildemente, darle la bienvenida al desconocido y preguntarle después
quiénes eran los siete jóvenes que le acompañaban. El hombre replicó:
-Son mis nuevos asistentes en el Jardín.
Se asombró el Discípulo de que el nuevo jardinero necesitara de tantos para asistirle en el Jardín
que, por tanto tiempo, sólo él y el Amante habían atendido, pero como aquel hombre era ahora su
maestro, no lo interrogó acerca de su decisión sino que le enseñó el Jardín y todas sus hermosas flores
y las yerbas benéficas y las mariposas y los pájaros de brillantes colores y el ruiseñor cuyas notas
otorgaban tal dulzura a la melodía del Jardín, y la cueva de los murciélagos y todas las demás cosas que
había en el Jardín, y le habló de todo cuanto había aprendido acerca del trabajo del Jardín para mayor
alegría del Amado. Pero el nuevo jardinero permaneció en silencio durante todo este tiempo y, por
último, cuando hubieron visto todo y vuelto al centro del Jardín, dijo:
-Veo que eres un jardinero ineficiente y que has derrochado los recursos del Jardín.
El Discípulo se sintió muy avergonzado al escuchar que había sido tan mal servidor del Amado.
Pero el jardinero continuó y esta vez dirigiéndose a sus asistentes:
-Las plantas que crecen en el Jardín carecen de valor. Las arrancaré y plantaré amapolas y
cáñamo, tabaco y mandrágoras, para todo lo cual hay abundante mercado y buenas ganancias, y
destruiré las mariposas cuyos gusanos dañan las plantas. Las brillantes plumas de los pájaros son
valiosas y negociables, pero coged a ese inútil pájaro marrón y retorcedle el cuello; no alimentaré a
ninguna boca inútil. Encended un fuego para que el humo espante a esos repugnantes murciélagos y
limpiad sus cuevas, porque instalaré en su interior bellas mujeres que arrojen ganancias y den a los
hombres agrado y placer.
Al oír esto dijo el Discípulo al hombre:
-Señor, ¿qué esto que has dicho que harás? Porque las criaturas que quieres destruir son servidores
muy queridos del Amado, y las flores y yerbas benéficas son de todo su agrado.
El rostro del hombre volvióse como el de un demonio y, riendo burlonamente, replico:
-¿Y a mí qué me importa el Amado, Sus servidores o Sus preferencias? Astutamente te he
engañado. El edicto y el sello fueron hábilmente falsificados para permitirme entrar en el Jardín y usarlo
en mi provecho. Los servidores del Amado son estúpidos y obtienen escasas retribuciones por sus
trabajos; sin embargo, la tierra del Jardín es rica y se puede extraer de ella mucho dinero.
Entonces contestó el Discípulo:
-Tú, Engañador, mientras me halle con vida no permitiré que profanes el Jardín del Amado.
El Engañador volvió a reír con crueldad y dijo:
-No me importa si vives o no, pero sigue mi consejo v únete a nosotros en este negocio; como
eres fuerte y hábil te nombraré mí segundo y verás lo conveniente que te resulta.
-No -dijo el Discípulo-, jamás traicionaré al Amado por procurarme una ganancia.
Con lo que el Engañador, perdiendo su paciencia, se llenó de ira y dijo a sus seguidores:
-Id y buscad en el Jardín algo con lo que pueda yo reducir a este estúpido y obstinado jovenzuelo
que así se ha atrevido a burlarse de los cargos y recompensas que le he ofrecido.
Marcharon en seguida sus seguidores v uno de ellos, al abrir la puerta del Jardín interior, vio la
cruz v los clavos v la lanza y la corona de espinas y vuelto donde el Engañador le dijo:
-Ven a ver, he hallado los instrumentos capaces de proporcionar a este bellaco una muerte digna
de él.
Acto seguido se echaron brutalmente sobre el Discípulo y le golpearon sin piedad, salvo el más
joven de los seguidores del Engañador, quien se abstuvo hasta que sus compañeros se burlaron de su
timidez y entonces él también se les unió a su violencia.
Arrastraron al Discípulo hasta el Jardín interior y quitándole su túnica se burlaban de su desnudez,
pero el Discípulo no sintió la menor vergüenza pues no le pareció afrentoso soportar estas injurias
por causa del Amado.
Y el Engañador volvió a dirigirse al Discípulo con estas palabras:
-Cambia de parecer ahora que has visto el destino que te espera. Soy hombre compasivo y
quiero dejar abierto mí ofrecimiento si consientes en acatar mi autoridad. Muy generoso soy al decirte
esto pues perfectamente puedo llevar a cabo mis designios con o sin tu ayuda.
-No -dijo el Discípulo-, jamás traicionaré al Amado.
Entonces el Engañador soltó su más cruel risotada y replicó:
-Ya le traicionaste al hacerme entrega de Su Jardín.
-Y cogiendo la corona de espinas agregó-:
He aquí una digna corona para tan buen servidor - y así diciendo encajóle la corona en la
cabeza, no con suavidad, como lo había hecho antaño el Amante, sino con tal fuerza que le pareció al
Discípulo que las espinas se le clavaban en su cerebro, y la agonía que entonces cayó sobre él sobrepasa
las posibilidades de mi pluma para describirla. No obstante, las pequeñas heridas v rasguños
recibidas en su trabajo en el Jardín le habían proporcionado tal resistencia al dolor, que no se desmayó
como le ocurriera la otra vez en que su agonía, comparada con ésta, no había sido nada. Todo lo
soportó con paciencia. Le alzaron y le clavaron a la cruz, y los clavos ardieron en sus manos y pies como
si fueran de luego. Luego le clavaron la lanza en el costado y creo que nunca hubo en el mundo una
agonía peor que ésta.
Sin embargo, la agonía de su cuerpo, con ser la peor que un hombre haya podido soportar, era
suave comparada con la de su alma, pues dióse cuenta de que su sacrificio era del todo inútil y que, por
su descuido, había rendido al Engañador el Jardín del Amado, confirmándose como un indigno servidor
y, peor aun, como un traidor al Señor. Al mismo tiempo había entregado a la muerte en manos del
Engañador a todos los demás servidores del Jardín y compañeros suyos, ya que sabía que el Engañador
arrancaría las flores y las yerbas benéficas y plantaría en su lugar malignas drogas para perdición
de los hombres. Le pareció ver ante sus ojos al ruiseñor con su cuello roto y a las mariposas con sus
alas arrancadas y a todos sus compañeros del Jardín destruidos por su culpa, y ello hizo que los tormentos
de su cuerpo se le antojasen menores que los que merecerían sus pecados. Tinieblas del cuerpo y
del alma se cernieron entonces sobre él mientras llegaban a sus oídos los sarcasmos de sus verdugos.
Entonces, de pronto, vio al Amado.
Maravillado, olvidó su agonía v miró con tal adoración al Amado que su dolor llegó a ser para él
alegría. Cuánto tiempo estuvo así arrobado no lo sé, pero por último la visión se extinguió.
Una melodía de inexpresable dulzura continuó sonando en sus oídos, abrió los ojos y vio a los
pájaros del Jardín que cantaban a su alrededor y, en medio de ellos, el ruiseñor; ascendió hasta él el
perfume de las flores y las vio pobladas de mariposas. El Engañador y sus seguidores habían huido del
Jardín perseguidos por el horror de su propio crimen, salvo el más joven de ellos quien, arrodillado al pie
de la cruz, parecía extraer fuerzas de la contemplación del rostro del Discípulo. Habíase sacado sus
vestiduras de seda y puesto la túnica del Discípulo, rasgada y manchada por la violencia que su dueño
había recibido. Entonces con mucho cuidado, arrancó el joven uno a uno los clavos de los pies y de las
manos del Discípulo y lo recostó sobre la suave yerba, le trajo agua para que bebiera y le curó las
heridas. Arrodillado junto a él, le dijo:
-Señor, te lo ruego, enséñame este maravilloso amor del Amado.
Y se alegró mucho el Discípulo porque en ese momento oyó la voz del Amado que le decía:
-Fiel Amante haz también esto por amor a Mi.
Pero tan débil se hallaba que sólo pudo susurrar:
-Hijo mío...
es un buen escrito para los sabios
ResponderBorrar