el jardin del amado parte 1 escrito por way robert e

Capítulo I
El aprendizaje del discípulo.

Trabajaba el Amante en el Jardín que el Amado le había confiado. A su alrededor resplandecía
el Jardín con la gloria de sus colores y los múltiples perfumes alzábanse como el incienso. Pues el
Amante había plantado en el jardín toda clase de flores y yerbas fragantes y toda planta graciosa a la vista o benéfica para los hombres. Todo lo había plantado para placer del Amado, y cuidábalo por el amor que hacia Él sentía, y mientras trabajaba entonaba las palabras que Salomón cantaba en su jardín:

¡ Despierta, Oh viento del Norte, y ven, tú, el del Sur!
Soplad sobre mi jardín hasta que broten sus especies.
Dejad que mi Amado entre en su jardín
y pruebe las delicias de sus frutos.¡

Mientras cantaba y trabajaba, entró en el Jardín un joven ricamente vestido y de cuyo cinto
colgaba un estoque dorado y cuajado de piedras preciosas; sin embargo mostraba en su bello rostro una expresión triste y de gran nostalgia. Se acercó al Amante, que sólo vestía su áspera túnica de jardinero, e inclinándose humildemente delante de él le dijo:
-Señor, he oído decir que eres un maestro en el arte del Amor, y deseo, sobre todas las cosas,
llegar a serlo yo también. Me pregunto si, por caridad, tomarías de aprendiz a uno tan ignorante e inexperto como yo. De buen grado te pagaría lo que me pidieses por aceptarme, pues soy rico en la manera en que los hombres entienden por riqueza.
El Amante cesó de cavar y miró larga y detenidamente al joven, y después, porque le agradó
cuanto en él había visto, le contestó:
-Forastero, nada deseo para mi ¡ si llegaras a ser mi aprendiz, pues sobrada recompensa recibo
al realizar cualquiera labor que agrade al Amado o hacer que otros le amen aun más. Pero es tan alto el precio que al Amado tendrías que pagar, que casi todos los que buscan ponerse a su servicio se espantan al conocerlo.
Entonces -replicó el forastero- te ruego que me digas cuál es este gran precio, porque es tanto lo
que deseo aprender a amar, que por muy alto que sea de buena gana lo pagar.
-El precio -contestó el Amante- es nada menos que esto: que entregues todo lo que poseas y
todo lo que seas hasta que nada quede que puedas llamar tuyo, y que cuanto retengas sea por bien del Amado, porque si algo te guardas para ti, nunca llegar a conocer de verdad el amor del Amado. No significa esto que Él te amará menos, porque ya te ama plenamente, sino que tu percepción se verá de tal manera nublada por lo que poseas que jamás podrás ver el amor del Amado.
-Y si yo pago este gran precio -preguntó el forastero-, dime, te lo ruego, ¿qué ganaré?
Contestó el Amante:
-Cuando con mucho trabajo hayas aprendido todos los misterios del arte de Amar, y después de
mucho padecer, conocerás finalmente el amor del Amado.
El forastero, cuya alma tanto deseaba el amor del Amado, pagó entonces con alegría el precio
que se le pedía, se despojó de las ricas vestiduras que llevaba y que los hombres llaman Conocimiento y Orgullo y se puso el áspero hábito del jardinero, el de la Humildad, similar al que llevaba el Amante, y arrojo. Lejos de si el estoque enjoyado que colgaba de su cinto y que los hombres llaman Ciencia y cogió en su lugar la pala del jardinero cuyo nombre es Búsqueda.
Mientras as¡ hacía pareció que el día, hasta entonces gris y nublado, hacíase de pronto glorioso
y resplandeciente como si el sol hubiese en un instante apartado las nubes.
Así el Amante acogió al forastero como su discípulo y ambos pusiéronse a trabajar en el Jardín
para hacerlo bello a los ojos del Amado.

Capítulo II
El discípulo y las Orugas.

Así ocurrió que el Discípulo llegó a pasar sus días trabajando en el jardín del Amado, atento a las
instrucciones del Amante.
El Jardín estaba poblado de pájaros de hermoso plumaje que cantaban sin cesar la alabanza del
Amado, y de mariposas de brillantes colores que jugueteaban entre las flores de manera que la espesura parecía resplandecer con un esplendor mayor que el habitual.
Un día, pasaba el Discípulo por el Jardín, cuando notó que las hojas de algunas plantas estaban
raídas y agujereadas. Y al mirar con más detención vio en ellas cantidades de pequeñas orugas cubiertas de un feo pelaje del color del estiércol, las cuales, aun mientras las miraba, no cesaban de comerse las hojas de las plantas.
Al ver esto, le pareció al Discípulo que esas orugas le estaban haciendo gran daño al Jardín del
Amado, así es que las cogió una por una y las aplastó bajo su pie.
En ese momento llegó el Amante y, al ver lo que había hecho el Discípulo, púsose a llorar con
gran tristeza; sin embargo, cuando le habló al Discípulo, lo hizo con dulzura y le dijo:
-Sé que has actuado as¡ por ignorancia y buena intención, pero te digo que has herido gravemente la belleza del Jardín del Amado.
Al escuchar esto, el Discípulo se asombró mucho y quedóse lleno de tristeza.
El Amante entonces mostró al Discípulo otra planta en que las orugas envolvíanse en capullos
de seda.
Había muchos capullos en los tallos de las hojas y, ante los propios ojos del Discípulo, se partió
uno y de su interior surgió una mariposa cuyas alas parecían un arcoiris. Entonces cayó en la cuenta de cuánto, con su ignorancia, había dañado al Jardín del Amado.

Capítulo III
El Discípulo y los Gusanos.

Un día, tomó el Amante al Discípulo y le pidió que cavara en un trozo de tierra baldía. Cuando
esto oyó el Discípulo púsose muy contento porque lo habitual era que el Amante se reservase para sí ¡tales tareas más pesadas, y por ello cavó con gran energía y profundidad hasta dar, de pronto, con varios y repugnantes gusanos, babosos y obscenos. A éstos, pues su corazón se había vuelto más suave desde que llegara al Jardín, los cogió con todo cuidado y, a pesar de lo mucho que le repugnaba tocarlos, los metió en un saco que luego depositó fuera de los límites del Jardín ya que le pareció intolerable que esas abominables criaturas pudiesen oscurecer la gloria del Jardín del Amado.
Así, cuando llegó la época de plantar, sembraron semillas en todos los lugares en que habían
cavado y, en su tiempo, empezaron a surgir hermosas flores y verde hierba por todo el Jardín, con la sola excepción del lugar en que había cavado el Discípulo; éste permanecía vacío y estéril.
Al ver esto, el Discípulo se puso muy triste y fue donde el Amante y le preguntó:
-Señor, dime, te lo ruego, ¿son acaso mis pecados los que han dejado estéril y sin frutos que
ofrecer al Amado aquel trozo de tierra que yo cavé?
El Amante contesto:
-Cuéntame con cuidado todo cuanto hiciste cuando cavaste ese lote.
A lo que replicó el Discípulo:
-Hundí mi pala cuanto pude en la tierra pues me alegraba de este duro trabajo en servicio del
Amado. Después di vueltas a la tierra con mi pala y en ella vi a muchos y asquerosos gusanos. A éstos, a pesar de cuanto me repugnaba tocarlos, los puse en un saco que luego llevé fuera de los límites del Jardín. Pues yo deseaba quitar del Jardín del Amado semejante fealdad.
Entonces dijo el Amante:
-Estas criaturas que tan repugnantes te parecen son, ni más ni menos, que nuestras colaboradoras en el servicio del Amado, ya que, al horadar la tierra, ellas permiten que el aire penetre hasta las raíces de las plantas, y luego tragan y digieren la tierra de manera que las plantas pueden de ello extraer su alimento; sin ellas, ninguna planta puede crecer. As¡ es que ya lo ves, estas criaturas, que tan repugnantes nos parecen, son en verdad servidores más útiles al Amado que nosotros mismos.
Preguntó entonces el Discípulo:
- ¿Cómo podré yo reparar este gran daño que, en mi ignorancia, he causado al Jardín?
El Amante replicó:
-Ve fuera del Jardín al lugar donde pusiste los gusanos y cava hasta que halles esos u otros
gusanos que puedas llevar hasta el terreno baldío para que vuelvan a trabajar por la gloria del Jardín del Amado.
Por mucho que le disgustaba salir del Jardín aunque fuera por tiempo tan breve, el Discípulo
obedeció y cavó y extrajo los gusanos que luego llevó con gran cuidado y reverencia hasta el terreno baldío que, desde entonces, recuperó su fertilidad.

Capítulo IV
El Discípulo y el Ruiseñor.

Como ya se dijo anteriormente, había en el Jardín muchísimos y bellos pájaros cuyos cantos se
unían de manera tal que nadie habría podido distinguir que pájaro emitía cuál canción, lo que no era obstáculo para que el conjunto de la melodía fuese de una indescriptible dulzura.
Entre todos estos pájaros sólo había uno que carecía de belleza. Era pequeño y de color marrón
y veíase como un guijarro en medio de un cofre de joyas. Y ello le pareció al Discípulo como un invitado a una boda que no llevase sus mejores galas para mayor gloria del Amado. En consecuencia se enojó mucho por el gran celo con que cuidaba el bien del Amado y expulsó al pájaro del Jardín.
Pero tan pronto como el pájaro voló fuera del Jardín y a pesar de que los otros pájaros continuaban cantando melodiosamente, pareció como si la canción del Jardín hubiese perdido su dulzura, y las bellas rosas del Jardín inclinaron sus cabezas y empezaron a morir.
De inmediato vino el Amante y le preguntó al Discípulo qué le había ocurrido al pájaro marrón.
El Discípulo se asombró mucho y le contó al Amante cuanto había pasado.
No había aún acabado de escucharle, cuando el Amante salió a toda prisa fuera del Jardín y
llamó al pájaro marrón que vino volando a posarse sobre su hombro. Acto seguido lo llevó nuevamente
al Jardín donde al punto empezó a cantar con la alegría que le causaba el retorno. Y el Jardín recuperó la plenitud de su melodía y las rosas volvieron a alzar sus cabezas.
Entonces el Discípulo le preguntó al Amante:
-Señor, te suplico que me digas qué pájaro es éste y cómo pudiste de inmediato percibir su
ausencia del Jardín.
Replicó el Amante:
-Se llama ruiseñor, y en la misma medida en que su plumaje es de menor belleza que el de los
otros pájaros, es más dulce y alto su canto que el de todos los demás, de manera que llena todo el
Jardín con su melodía y hasta las rosas inclinan sus cabezas cuando dejan de escucharlo.
Por lo que el Discípulo comprendió que cada cosa posee sus propios dones para ofrendar en
servicio del Amado.

Capítulo V
El Discípulo y el Extraño Pájaro.

Otro día vio el Discípulo, fuera del Jardín, un pájaro cuyo plumaje era tan deslumbrante que
parecía brillar más que los más espléndidos pájaros del Jardín. Al verlo, pensó el Discípulo que tan bello pájaro debería habitar en el Jardín para alegría del Amado. As¡ es que salió del Jardín y, con gran dificultad, cogió el pájaro y lo llevó al Jardín pese a los esfuerzos que este último hizo por escapar.
Satisfecho el Discípulo, dejó el pájaro en un árbol y volvió a sus tareas habituales. Pero tan pronto le volvió la espalda el Discípulo, empezó el pájaro a destrozar las flores del Jardín y a desparramar sus frutos y a arrancar las alas a las mariposas y a atacar a los demás pájaros del Jardín arrancándoles sus brillantes plumas e hiriendo a muchos.
Cuando volvió el Discípulo y vio los estragos que se habían producido en el Jardín, púsose muy
enojado y, después de una larga persecución y a pesar de que el pájaro le atravesó un dedo con su pico, cogióle por la cabeza con ánimo de retorcerle el cuello. Pero en ese momento oyó la voz del Amante que le decía:
-Hijo mío, no mates a ese pájaro sino que expúlsale del Jardín, porque ya vendrá el tiempo en
que llegará a servir al Amado aunque por ahora nada sepa de Amor. No culpes al pájaro, pues tuya ha sido la culpa por haberle traído al Jardín contra su voluntad.
Al oír esto, lloró el Discípulo, y allí donde cayeron sus lágrimas florecieron de nuevo las flores y
se curaron las heridas de los pájaros.
Y así, otra vez aún, comprendió el Discípulo cuánto pueden engañar las apariencias de las
cosas.

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